Wednesday, September 06, 2006

EL GRAN CHABACANO

Cuando se acerca el cambio de las estaciones verano-otoño o invierno-primavera, se abren rendijas entre el mundo de los vivos y el de los muertos, sus presencias se confunden.

Siente uno en la piel, son momentos diferentes de ver el mundo, sus lugares, sus gentes y se acuerda uno de los lugares mágicos:

Tuve una amiga de la infancia, su familia vivía en una casa muy grande y muy vieja. Hacia el frente estaba el edificio principal de un solo piso, que tenía al menos dos recamaras, una sala y un comedor y en medio de los cuatro cuartos un pasillo que llevaba al gran patio, alrededor del patio había otros dos cuartos y del otro lado el lavadero y una gran pila para juntar agua y en el fondo del patio un gran montículo de tierra roja y barrosa. En el centro del patio estaba un enorme árbol de chabacanos. Lo recuerdo ahora como un sueño de un lugar mágico, de esos que son medio tenebrosos y acogedores.

Muchas tardes jugue ahí con mis amigas, muchas veces pude sentir la presencia de las ánimas, sobre todo en los cambios de estación.

2 Comments:

At 11:24 AM, Anonymous Anonymous said...

"La cuestión de si el Árbol de Chabacano realmente le pertenecía a Florencia no nos quedaba clara: el árbol era de la comunidad y como tal nos era tan familiar como nuestras caras o las de nuestras familias. Su fruto, con frecuencia abundante, otras veces escaso, era del dominio público. Las ramas del árbol se extendían de forma exuberante sobre una acequia cuyas tranquilas y lodosas aguas fluían desde el Río Grande hasta nuestra pequeña calle, desde donde eran desviadas por medio de canales que iban a dar a los jardines traseros de todas las casas de la vecindad. El agua fértil depositaba las futuras semillas de espárragos, malas hierbas y flores silvestres, que luego se asentaban y formaban capas cubiertas de matas, atravesadas por varas y piedras: vestigios jeroglíficos de turbios orígenes.

Al igual que el árbol, los niños extraíamos agradecidos un poderoso sustento de la penetrante humedad de la acequia. El árbol resplandecía con sus ofrendas -había chabacanos y otras cosas- compartimentos macizos, cámaras y túneles de ensueño, escenarios de nuestros dramas. "¡Me ahogo! ¡Me ahogo!", gritábamos mientras nos colgábamos de las ramas y éramos rescatados a última hora por una mano amiga. "¡Este es el barco y yo soy el capitán!", nos regocijábamos después de trascender muertes fingidas.

Pasábamos mucho tiempo en el árbol, a solas o acompañados. Todos nosotros, Priscila, "Jabón-en-las-narices", los dos niños morenos calle Arriba, mi hermana menor y yo, todos amábamos ese árbol. Con frecuencia nos escabullíamos de unos de esos días sin tareas, sin amarras y con un "¡Oh!" agudo y sorprendido saludábamos la soledad de cada quien, allí, en ese árbol que nos estrechaba a todos".



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Excerpted from La última de las muchachas del menú by Denise Chavez Copyright © Denise Chávez Copyright © 1986, 2004; Copyright de la traducción © 2005 Liliana Valenzuela. Excerpted by permission of Vintage, a division of Random House, Inc. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
en: http://www.randomhouse.com/vintage/catalog/display.pperl?isbn=9781400034321&view=excerpt
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At 11:59 PM, Anonymous Anonymous said...

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